Tras aquella tarde en la que subimos a Karandila, el tiempo empezó a volar. Al día siguiente, pasamos la mañana cocinando para formar parte en un concurso de cocina que tendría lugar el sábado por la mañana. Georgia preparó a un postre, Turquía (para variar) algo con muchíiiiiisima salsa de yogurt, Rumanía ensalada típica e Italia otro postre y un risotto. Yo decidí simplemente colaborar porque era demasiado volver a preparar yo sola algo.
Manos a la obra
Trabajo en equipo
Ayudando a Delia a preparar la ensalada rumana
Mientras tanto, Gran Hermano continuaba. No os penséis que todo era trabajar. La mejor parte de la semana fue cuando apareció en escena G (de Grecia), amiga de nuestra mentora del proyecto. Vino a pasar unos días a Sliven con ella (puesto que la ciudad estaba en fiestas) y resulta que la noticia corrió como la espuma: G pocas semanas antes había coincidido en Turquía con H (de Turquía) en otro proyecto y habían tenido algo. Otra historia tormentosa y con mal final, sí. Ay, este rompecorazones. Al final, ni G, ni D (con la que por cierto, también tuvo algo durante unos días) ni A se han llevado un buen recuerdo suyo. Una pena, porque al principio para mí y para muchos era el ganador de los 300.000.
El viernes 25 llegó el día del Festival que llevábamos todo el mes promocionando. Me sorprendió muchísimo porque todas las actuaciones tenían un nivel altísimo.
Exposición en Sliven de fotos de proyectos de la Youth House
Concierto de rock en el Festival
Baile regional búlgaro
Baile moderno
Baile contemporáneo
Y esa noche, para celebrar el éxito, salimos de nuevo a Tangra. No sé qué tiene ese lugar, probablemente nada
y todo sea a causa de la gente que me rodeaba. Pero es mágico. Risas y bailes
hasta las tantas. Lástima el nuevo capítulo en el triángulo amoroso F – S – A,
que acabó con la amistad de F y A. O al menos hasta el momento no ha tenido
solución.
Con mis cuatro fantásticos ♥
El sábado por la mañana llegó el concurso de cocina ¡y
ganamos!
Comida para el concurso
El alcalde de Sliven poniéndose las botas
Y el domingo, seis de nosotros nos marchamos al Mar Negro.
Fue una aventura movidita, empezando porque el bus que íbamos a coger no
existía y tuvimos que cambia de planes. Salvando ese detalle, encontramos un
hostal barato, decente y en el centro de Burgas. Dejamos las cosas y nos fuimos
a Nessebar. Qué preciosidad de sitio, como un cuento.
Precioso Nessebar
Con Stefano en la entrada a la ciudad
El resto del domingo y del lunes se lo dedicamos a Burgas,
que se puede decir que es la ciudad que
más me ha gustado. No sé si fue el mar o qué, pero me conquistó desde el
principio.
Foto rollo 90210 en Burgas
Y llegó el temido día, el famoso 29 de octubre en el que
todo llegaba a su fin. Por la mañana,
papeleo en la Youth House. Por la tarde, hacer las maletas, comer la última
palacinka (snif snif) y despedirse de la
que ya es mi letona favorita. Ay, la
noche. Cena de despedida, todos los voluntarios, personal de la Youth House y
del hotel y como invitados estrella, una
banda de la ciudad formada por niños gitanos que era una pasada.
Yo me negué a pensar que todo acababa. No estaba preparada y
solamente sonreí. Bailé, disfruté, grité, abracé a quien quise, sin pensar que
se avecinaba el final de una aventura encantada. La noche terminó con casi
todos en el bar de siempre tomando algo, despedida de los tucos y quedamos
solas al final Angelica y yo arreglando el mundo entre cervezas.
Esa italiana de 29 años se ganó por completo mi corazón
desde el primer momento. Dudo que el hecho de que hablara español influyera,
pero sin ella, posiblemente este SVE no hubiera sido ni la mitad de especial.
Tan cercana, graciosa, transparente, buena. Qué suerte he tenido de haberla
conocido y, sobre todo, de llevármela como amiga. Este día me regaló el
souvenir más bonito que me llevo (otro día os lo enseñaré).
Y a las 4 nos fuimos a dormir, sonando el despertador a las
5. Y los minutos pasaron y pasaron y cuando nos dimos cuenta, las maletas
estaban dentro del autobús con destino Sofía y nosotros despidiéndonos. De
María (quien finalmente se quedará 11 meses en Sliven con un proyecto de larga
duración). Pero sobre todo, de Francesca y Angelica. Se me partió el corazón. No
sé si soy muy sentimental o qué, pero fui la única a la que le saltaron las
lágrimas. Incluso ahora, recordando el momento me cuesta estar entera. Son dos
piezas de magia, dos personas únicas que he tenido la suerte de conocer y a las
que estoy segura que volverse a ver tarde o temprano.
El bus a Sofía se hizo eterno. Stefano y yo compartimos
nuestras penas y poco después caímos rendidos. La capital búlgara nos recibió
con sol, con unas aceras imposibles para maletas y con un hostal cutre donde
los haya. Quitando eso, nuestro miércoles en Sofía fue tranquilo e italianos y representante
española matamos las últimas horas juntos. Georgia viajó y se hospedó con
nosotros, pero como durante el resto del proyecto fueron por libre.
Paseando por Sofía...
Stefano, no cambies nunca
El jueves por la mañana, llegó mi segunda despedida difícil: Stefano. Era la
segunda vez que le decía adiós en menos de seis meses, pero esta vez dolió de
verdad. Chipre fueron siete días, pero este mes nos ha unido de verdad y de él
me llevo un amigo a quien también estoy segura que volveré a ver. Del resto de
italianos me llevo mucho cariño y buenos recuerdos. De Georgia, la verdad no
mucho, pero al menos mi imagen respecto a ellos fue mejorando a lo largo del
mes.
Así que nos quedamos sola Erica y yo, compañeras de
habitación desde el principio y solas hasta el final. Compras, turismo, relax,
conversaciones de no-me-quiero-ir-yo-tampoco… Y por la noche, Halloween, por
suspuesto.
Helado riquísimo en Sofía
Catedral
A falta de disfraz, creatividad
Y así llegamos a ayer, día de la tercera y última difícil
despedida. Y fue de la forma más cruel posible, dado que en el taxi descubrimos
que cada una volaría desde una terminal y tuvimos que decirnos adiós en un
abrir y cerrar de ojos. Mi Erica, la persona con la que más me reí todo el mes
con diferencia. Decir que la echo de menos se queda muy corto.
Así le dije adiós a Bulgaria, a un país que nunca pensé que
fuera a visitar, a una tierra que a los ojos de muchos no tiene ningún
atractivo especial, pero hacia la que siempre sentiré un cariño de los que
marcan la diferencia. Bulgaria no es solamente un país pobre, lleno de gitanos
y con una lengua imposible; es una nación servicial, amable, orgullosa de su
cultura y sus costumbres. Puede que no vuelva allí nunca más, pero cada vez que
mi cabeza viaje a alguno de sus rincones una sonrisa se dibujará en mi
cara.